Es indiscutible que como
sociedad necesitamos recursos provenientes de la naturaleza para subsistir y
tener una vida digna. Somos conscientes que los alimentos que digerimos, el
agua que utilizamos y las alienantes tecnologías provienen de nuestra propia tierra.
Realmente cuidamos el lugar en que
vivimos?, ¿Contribuimos de alguna forma a mejorarlo o lo empeoramos? Son
algunas de las preguntas que nos tenemos que realizar más seguido y con mayor
detenimiento.
La principal
causa que encuadra el gran problema de nuestra destrucción del medioambiente es nuestro propio consumo. Ya no se trata sólo de
satisfacer necesidades, se trata de querer más, se trata de ser marionetas de
un sistema que nos dice qué, cómo y cuánto tenemos que consumir.
En la vida cotidiana vivimos rodeados de
publicidades, cuando prendemos el televisor, cuando sintonizamos la radio,
cuando vamos caminando y observamos las cartelerías.
Cada vez, los avisos publicitarios
asimilan la obtención de un producto al del alcance de la felicidad, es decir,
si compras lo que se te ofrece, serás feliz.
Llama la
atención que la figura más representativa de dichas publicidades y los
personajes más utilizados, son los niños. Hoy en la era de la tecnología,
llevar a tus hijos a jugar a un parque o una granja a darle de comer a los
animales, son actividades poco comunes y poco observables, eso sí, en sus
cumpleaños no te olvides de comprarle el último celular de moda o
comprarle una cajita feliz de McDonald’s; así lo harás feliz.
Se ha perdido la noción de un estilo de
vida sano y activo, se incita al sedentarismo y a la comodidad, a la cultura
del mínimo esfuerzo.
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